lunes, 11 de febrero de 2008

Un momento que viví... cuando sea mas viejo

Esa noche salí del trabajo un poco tarde, me quedé haciendo unas preguntas acerca del informe que tenía que presentar al día siguiente. Al cruzar la puerta de salida miré mi reloj, el cual llevaba ocho minutos de retraso en comparación al día de ayer. Mientras caminaba hacia el paradero las luces de las tiendas llovían sobre los transeúntes y los carros abrían los ojos y avanzaban con cuidado para no tropezar. Ya podía ver el paradero y a unas cuantas personas, contando los segundos de espera en cada parpadeo que daban. Me pare junto a ellos, me dio curiosidad mirar sus rostros. Había una señora que parpadeaba muy rápido como apurada, el viento me ofreció su perfume de señora de zapatos rojos. Yo me quede mirando absorto el color intenso de sus tacos y pasaron unos minutos o quizás segundos cuando freno delante de nosotros una combi, ella no tuvo reparo en darme un empujo y se puso delante mío, abrió la puerta del copiloto y… se quedo unos segundo parada con la puerta abierta y no subió, algo pasó por su mente, y se alejó dando saltitos sobre sus tacos.
Me dejó la puerta abierta y solo pude ver el sitió que pensaba ocupar la señora, entre el copiloto y el chofer. Lo ocupé. El carro avanzaba junto con la manada de carros emigrantes, mientras me acomodaba en el asiento tibio, que temblaba por el motor, y me adormecía. Me deje anestesiar mientras me distraía viendo a los postes que se estrellaban en el parabrisas como pájaros. De pronto recordé que llevaba el libro negro en la mochila, dudé en sacarlo, es un libro muy denso para leer en la combi pensé. Ya tenía unos cuantos viajes en combí sin sacar el libro, así que probé en darle otra oportunidad. Al tenerlo, pasé mi mano por su cubierta sentí su textura rocosa, miré las letras doradas e intenté hacer un acuerdo con el libro para que me de una manito y me ayude a concentrarme en él. Me dispuse a leerlo. Ya empezaba a escuchar mi voz, distinta, como poseída, la escuchaba a la altura de mis ojos en cada línea del libro. De pronto un semáforo y frenó la combí, frenó los postes que revoloteaban agonizantes en el parabrisas y exorcizó mi voz. Tan solo sentí un dedo presionando mi hombro como si fuera un botón. Voltié con suspicacia y me preguntaste:

-¿Que libro estás leyendo?-

-El libro negro con letras doradas- dije pensado en que jamás lo habrías leído.

-Ese libro es muy triste- me dijiste

Y yo no dije nada y me transforme en estatua. Sentí un vértigo estremecer mis dedos y detrás de mis orejas se escucho un vació parecido a una canción, mis ojos se volvieron cámaras de cortometraje y empezaron a filmar tu rostro pálido y lejano con cejas preocupadas y ojos agripados con 38 grados de fiebre.

-Sabías que el autor del libro negro con letras doradas… también pinta- dijiste abriendo
de pronto tus ojos como dos regalos de navidad, parecía que te costaba mucho hablar que te dolía, sentía como te quebrabas con cada palabra.-Sus pinturas son angustiantes… como El Grito de Munch.- tu boca temblaba como con miedo cada vez más. -Aparentemente son perturbadoras, retorcidas pero…tienden a producir un sentimiento más bien alentador, de compañía y comprensión.

Tu mentón maravilloso se arrugó cuando dejaste de hablar y en sus pliegues guardaste el sabor de las lágrimas.
Las luces de la calle alumbraban tu rostro de manera intermitente y presentí tu paciencia para la melancolía, para el viento que llega en las tardes con olores de acantilado. Imaginé que disfrutabas la compañía de una casa abandonada, de un cuarto ajeno a las 11 de la mañana, de un colegio sin alumnos, de un salón de clases lleno de estelas que dejan los niños colgadas. Y pude voltear a mirarte.
La combí avanzaba sin reparo. Me dijiste que te gustaba tomar fotos, especialmente a los insectos, y justo recordé que tenía unas fotos que había tomado hace poco, dentro de mi mochila. Se las mostré, eran diversos tipos de puertas algunas con chapas, unas más viejas que otras, todas de madera:

-Estas puertas tiene ojos en la espalda- me dijiste muy seria. Y la combí frenó en un semaforo

Luego sin decir una palabra te bajaste quedé estupefacto, me volví estatua. Cerraste la puerta, sonreíste mientras enredabas mis ojos en tus cabellos, y desapareciste en la parte más onda de la calle.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchacho!!!!

en un día como hoy, en el que la melancolía despertó a mi lado en la cama, cuando tomo los mismos trenes de siempre,cuando serpenteo por las calles de todos los días,cuando me quedo sola en la oficina para comer...qué gusto leerte!, entonces tus palabras me remontan a otros momentos y suavemente cierras la ventana para evitar mi salto.

Sigue escribiendo,remoto y querido muchacho.

Gabriela.